“El aborto tiene poco que ver con
ETA, bueno tiene algo que ver, pero en fin…” Estas eran las palabras que
pronunciaba, ayer, en rueda de prensa el ministro de Interior, Jorge Fernández
Díaz. Unas declaraciones que suscitaron, irremediablemente, polémica entre los
principales partidos de la oposición, PSOE e IU, y entre aquellos ciudadanos
que atónitos ante la radio, el televisor o ante cualquier red digital de
noticias, intentaban digerir, sin éxito alguno en la mayoría de los casos, la
idea que acababa de emanar de la razón del dirigente popular.
Las
palabras del ministro de Interior tenían como fondo mostrar un rotundo y total
apoyo a la reforma que su compañero, el ministro Alberto Ruiz Gallardón, había
realizado de la Ley del Aborto. El desmarque por gran parte del PP respecto a
la ley anterior elaborada por la anterior ministra, Bibiana Aídos, es uno de
los motivos principales por los que las relaciones en busca del consenso para
esta nueva ley han quedado entroncadas en un punto de difícil, si no imposible,
acercamiento.
Desde
la cúpula de los populares se ha manifestado siempre la intención de rescatar y
orientarse en la ley de 1985 y que, en esos momentos, se aprobó dentro de ambas
cámaras con el consenso entre los principales partidos. Sin embargo, la
oposición afirma que es una ley que ya no se adapta a la evolución que, en
estos más de veinticinco años, ha sufrido la ciudadanía española. La
erradicación de triviales estereotipos y la superación de algunas barreras
hasta entonces infranqueables, tales como la no reprobación de la
homosexualidad o la libertad de culto sin crítica alguna, son los principales
motivos por los que los valores de un sector significativo de la sociedad
española han cambiado, según intentan demostrar, día tras día, los partidos de
corte progresista del hemiciclo.
Así
pues, partiendo de esta base, la argumentación del ministro de Interior habría
de encaminarse hacia el convencimiento de aquellos partidos y ciudadanos que, en
la actualidad, no comparten los mismos valores que imperan en la línea de mando
del gobierno. En un principio, emisor y receptor tendrán una serie de valores
diferentes, pero sin embargo, el ministro de Interior, en su discurso, no se
acerca a los topos de de los receptores, en este caso los ciudadanos y los
partidos políticos. Además, tampoco utiliza un contra argumento para potenciar
el efecto del anterior argumento, sino que se limita a comparar el aborto con
la banda terrorista ETA.
La
inclusión de este grupo armado dentro de la argumentación desconcierta a muchos
políticos y ciudadanos, debido a que en el sistema de valores de estos no es
equiparable el asesinato de un ser humano a la perdida voluntaria o, en algunos
casos, forzosa de un cigoto o feto. En cambio, para el ministro y la mayoría de
los líderes populares sí que lo es.
El
resultado de la argumentación, como se ha adelantado en los primeros párrafos y
se ha podido deducir en los siguientes, no ha sido exitoso en la mayoría de los
receptores. Una argumentación donde no se comparten los topos con el receptor y
no se usa ningún contra argumento para intentar, al menos, cambiar la visión de
los receptores está destinada al fracaso, y éste es uno de esos ejemplos.
ANTONIO PARDO.
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