martes, 19 de febrero de 2013

El lenguaje mueve montañas...


CHULERÍA
La chulería bien llevada puede ser hasta virtuosa. Una chulería inoportuna supera la condición de obscena. La de Luis Bárcenas dedicando una higa a los periodistas que le sorprendieron en el aeropuerto demuestra su baja estofa. Este individuo puede cargarse un sistema, y mientras se acumulan en los juzgados pruebas e indicios en su contra, esquía en Baqueira, cena en el mejor restaurante de Carcasone, viaja a Canadá para practicar la horterada del «heliesquí» y hace higas. Todos pertenecen a la misma clase social. Correa, Roca, Bárcenas, «El Bigotes» y demás calaña. La de los nuevos chulos, que son a los chulos lo que los nuevos ricos son a los ricos, es decir, una caricatura mal planteada. Unos pueden terminar con un sistema y otros se dedican a pulverizar el prestigio de una Institución milenaria. Lo del «duque em-Palma-do» no tiene pase. Su nuevo correo, en el que aparece un grupo de ciclistas desnudas con el texto «me piro, cambio de curro» informándole a Carlos García Revenga, que a la vista de la foto se va a afanar en el entrenamiento de las chicas para «practicar» y «estar en permanente contacto» sólo es atribuible al alumno más tonto de la clase en los primeros años de colegio. Desmedida ausencia de clase y gracia. Para mí, que Urdangarin es de los que se ríen si le anuncian que hay de comer «paella y "pa" todos los demás». Más que alarma, sus mensajes me producen estupor. Y aunque resulte en los actuales momentos políticamente incorrecto elogiar a la Infanta Cristina, me apresuro a hacerlo porque ha preferido elegir la compañía de la angustia a la del egoísmo.
Pero hay que volver a los horteras. Los ricos de verdad no se dejan ver. Y menos aún, ser descubiertos por los signos externos. Nadie se entera de sus actividades privadas, entre otras razones, porque para eso son ricos. El nuevo rico y presunto trajinador de bienes ajenos lo lleva impreso en la cara, en el gesto, en la forma de vestir y en la manera de mirar la hora en ese reloj brutalmente compactado de oro que gusta enseñar a quien nada le interesa lo que le muestran. Claro, que dentro de la emergente especie de los nuevos chulos hay clases. De la alta, forman parte Roca, Correa, Bárcenas, el «Bigotes» y compañía. Y de la baja, el ejemplar más representativo es «Cachuli», que es asiduo a los chiringuitos, no sabe esquiar, no le reservarían mesa en Carcasone y, de viajar a Canadá para practicar el «Heliesquí» y le asignarían el helicóptero estropeado.
La indecencia financiera conlleva un riesgo. Ser descubierto. En tal caso, la única postura admisible es la humildad y el público arrepentimiento. Pero en España nadie se arrepiente de nada, y los responsables tardan en exceso en bajar de las nubes, desplomarse y darse el definitivo morrón. Han sido tan poderosos y tan hábiles en la mangancia y la corrupción que se consideran por encima del resto de los mortales. Si todo ha valido hasta ahora, todo sigue valiendo, y el resultado de esa rápida reflexión es un rotundo desacierto. Podrán disfrutar de su dinero en el futuro, siguiendo la muy española costumbre de no devolver lo afanado, pero tendrán que alojarse durante un tiempo en cualquier establecimiento de la nutrida red de paradores carcelarios del Estado. Y ahí se termina la chulería. Me lo confesaba un prestigioso abogado después de visitar a un millonario que cumplía su condena en prisión: «Ya se le ha puesto la nuca del preso». Es decir, la nuca humillada que lleva la mirada a las baldosas del suelo y no a la nieve en polvo de las grandes y exclusivas estaciones de esquí y «heliesquí», que manda huevos lo segundo.
No está el patio para chulerías vanas ni obscenidades inoportunas.

Alfonso Ussía en La Razón, martes 19 de febrero de 2013.

Para inaugurar el Blog de nuestro grupo, ENTRE LETRAS, qué mejor que recurrir a un tema de actualidad llevado al extremo de la sátira por uno de los más polémicos columnistas españoles del momento, Alfonso Ussía. El asunto no es nuevo para ninguno, la corrupción. Ussía, conocido entre otras facetas por proponer que el ejército “solucionase” el conflicto del nacionalismo vasco, nos brinda hoy un texto argumentativo muy atractivo titulado “Chulería”. En las siguientes líneas, se intentará aproximar un poco al lector a la efectividad real de convicción de este texto, a través de un análisis lingüístico de él.
Decía Cicerón que todo discurso debe comenzar con una captatio benevolentiae, o la virtud de ganarse la buena voluntad del público antes de comenzar la oratoria. Nuestro texto sigue esa costumbre, ya que comienza con dos atrevidas pero simpáticas frases: “La chulería bien llevada puede ser hasta virtuosa. Una chulería inoportuna supera la condición de obscena”. Podemos apreciar en ellas una sátira inicial que anticipa el tema central del texto: la carga contra la degeneración de la política a través de la corrupción.
Es un recurso muy habitual y potente de la argumentación ofrecer la idea principal nada más comenzar, ya que a partir de ese momento, todas las categorías gramaticales, todos los tiempos verbales y hasta el orden de las oraciones va a tener la misma intencionalidad que ese núcleo. Por ejemplo, en el texto de Ussía, observamos los siguientes sustantivos dispersos por toda su estructura: estofa, horterada, calaña, tonto, trajinador, indecencia, mangancia, corrupción, obscenidades y, por supuesto, chulería. Todos estos sustantivos, que son aproximadamente el cincuenta por ciento de los utilizados a lo largo del artículo, denotan repulsión, desconfianza, perversión, delito, inmoralidad, y toda una larga cadena de sensaciones negativas en el lector hasta que éste se da cuenta de que se está personificando la realidad en la que vivimos hoy en España.
Primer objetivo cumplido a través de los sustantivos: el lector asimila y acepta que España está sumida hoy en la corrupción gracias a la reiteración de una serie de sustantivos con un sema común.
Segundo ejemplo. Observemos en el primer párrafo cómo están situadas las siguientes frases: “Este individuo (por Bárcenas) puede cargarse un sistema, y mientras se acumulan en los juzgados pruebas e indicios en su contra, esquía en Baqueira, cena en el mejor restaurante de Carcasone, viaja a Canadá para practicar la horterada del «heliesquí»…” Observemos qué progresión siguen estas oraciones: del sistema avanzamos a los juzgados (todo cada vez más legal y más institucional) y pasamos a ver un comportamiento ya no delictivo, sino de una inmoralidad tal que hasta el contraste entre lo racional y lo irracional es abismal. Lo que Ussía pretende es ofrecernos la imagen del corrupto en España como alguien que huye de la justicia a costa de reírse de los ciudadanos. También recurre a las frases hechas “si hay de comer paella y pa-todos los demás” o “no tiene pase” y a las sátiras (“Cachuli no sabe esquiar, no le reservarían mesa en Carcasone y, de viajar a Canadá para practicar el «Heliesquí» y le asignarían el helicóptero estropeado”) para que ese contraste de sensaciones se combine con el humor y de paso a un lector que ya toma conciencia de la idea que se le intenta trasmitir.
Como inciso, notar también cómo juega el autor con los sintagmas nominales (presunto trajinador, obscenidades inoportunas) para que la idea de que la corrupción es un fenómeno omnipresente en la España actual cale más hondo a través de calificativos con idéntica significación (presunto e inoportuno transmiten recelo, deslegitimación, etc.).
Segundo objetivo cumplido: El juego de las oraciones (y sintagmas) refuerza la persuasión del texto.
Finalmente, echemos un vistazo al tercer y último párrafo del texto. Los tiempos verbales van del presente en la oración “pero en España nadie se arrepiente de nada, y los responsables tardan en exceso en bajar de las nubes, desplomarse y darse el definitivo morrón”, al pasado en “todo ha valido hasta ahora (por las reglas del juego de los corruptos)”, y al futuro en “podrán disfrutar de su dinero”. Con este cambio de tiempos verbales, lo que transmite el texto es un sentido oculto del realismo trágico que hoy se vive en nuestro país (al más puro estilo Mariano José de Larra), junto con la sensación de que nada ha cambiado y nada va a cambiar.
Ese pesimismo que tan hondo cala en el lector termina en una preocupación, en un pesimismo existencial y en una impotencia que le obligan a aceptar la idea final del texto: no estamos para chulerías ni comportamientos de este tipo.
La argumentación concluye cerrando el círculo de la estructura cuadrangular del texto: aportando la misma idea que se nos transmitía al principio, pero reformulada y adaptada a un lector que, gracias al uso concienzudo del lenguaje, la sintaxis y las categorías gramaticales, cambia su mentalidad desde una posible despreocupación inicial a un coraje final contra la verdadera tragedia que sufre nuestra joven democracia a día de hoy.

FRAN GIMÉNEZ ESCALONA
2º DE PERIODISMO

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